Eran las siete de la mañana, y
todavía algo dormida no acertaba con la
llave para abrir la tienda observando que habían echado una carta por debajo
de la puerta.
No tenía remite, ni remitente… y sin entender por qué, no me atrevía a abrirla.
Aunque la curiosidad me invadía,
dejé chaqueta y bolso en su sitio, encendí las luces, el ordenador y empecé mi
rutina diaria.
Ya todo en orden, pero sin preparar los bocadillos para los desayunos, la tenía ante mis ojos y su lectura me dejó
impactada.
Un caballero anónimo halagaba con gran espontaneidad la forma de
desenvolverme en mi negocio:
....el estilo que
utilicé para decorarlo, la luz y la calidez que desprendía cada rincón, la
forma de atender al público y el detalle de poner día a día una frase en el
escaparate, visible para todo el que pasara y que fuera fuente de inspiración, de
consuelo, esperanza, amistad, de amor y de vida.
Comentó que
cada noche salía a pasear y pasaba por delante expresamente para leerla.
Me felicitaba
por saber crear un ambiente tan…“diferente”
en el que estaba claro que mi ESENCIA personal era el sello que lo
impregnaba y enmarcaba.
No vamos a negar que estas cosas nos activan el ego, y enseñé la
carta a mis clientas y amigas con las que a diario compartíamos confidencias.
Después del tiempo que llevaba al frente
de la tienda yo sola, el agotamiento y a veces la frustración por no
llegar a las expectativas esperadas empezaban a hacer mella en mí, y aquel escrito fue una inyección de fuerza
para seguir con mi lucha.
Al día
siguiente encontré otra… distinta, pero también preciosa, elegante y
con un lenguaje sencillo, ameno y agradable, en la que añadió un texto escrito por él
mismo, alegando que escribir era una de sus aficiones.
Y así varias,
día tras día, y aunque siempre fueron muy correctas, llegaron a intimidarme.
El problema estalló cuando comprobé
que a mi pareja no le hacían ninguna gracia aquellas misivas, hasta el punto que me pidió que me deshiciera
de ellas si verdaderamente no significaban nada para mí.
Intenté que entendiera que podíamos
desconocer que hubiera una segunda intención por parte de aquella persona que
escribía las cartas, pero que si de algo teníamos que estar seguros era de mi
AMOR incondicional hacía él, de mi HONESTIDAD, y de la certeza que nuestra
convivencia se basaba ante todo en CONFIANZA y
RESPETO mutuo.
Pero los celos
ciegan, así que, para demostrarle que aquellas cartas eran solo papel, las
rompí tal como me pidió.
Aquella noche,
antes de cerrar la tienda, cambié la frase del día por ésta:
….Y ya no
recibí ninguna más…
…Y al
explicaros la historia y recordarlo me invade la tristeza, incluso la
rabia… porque la vida es tan irónica que HOY mi pareja ya no está conmigo y
tampoco puedo releer aquellas notas, que al fin y al cabo, eran un pedacito de
mis vivencias, una pequeña “anécdota” sin importancia, pero que nadie tiene derecho a
hacer desaparecer para sentirse mejor.
La razón de los celos no es la falta de confianza en quien amas, sino en ti mismo
Preciosa historia,triste final...........Nadie tiene derecho a robarte tus recuerdos ni momentos de la vida.....Yo creo que los celos son el CANCER de las parejas :(
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