Era primavera, la puerta estaba abierta e
invitaba a entrar.
Se sentó en la mesa más cercana; podía
elegir, pues no había nadie más, pero aquella le pareció perfecta y además se
veía la gente pasar junto al aparador.
Sacó su portátil y sus notas
y yo le llevé la carta.
Su semblante era triste, pero su leve sonrisa y el brillo de sus ojos la iluminaba llamando mi atención.
-“Un Chaí con leche y un
semi-dulce, por favor.”
Le serví su té, el carrito supletorio al
lado con los diferentes tipos de azúcar, stevia, miel, la jarrita de leche.. y
su semi-dulce (una xapata calentita con
queso de cabra, jamón de york y miel).
Junto al té, una galletita
hojaldrada de mantequilla rellena de suave chocolate.
Sonrió levemente dándome las gracias y
siguió concentrada con su tarea mientras degustaba poco a poco su desayuno.
Se notaba que no tenía prisa
y que se sentía bien.
Cuando se levantó, se acercó
a la caja y al pedirme la cuenta le pregunté:
Es una pena, está deliciosa…”
Miró y volvió a acercarse a la mesa
comentando que ni siquiera la había visto y al llevársela a la boca cerrando
los ojos exclamó:
-Ummmm!!! Ya me has alegrado el día!!!
Así conocí a Bea, una mujer excepcional con la que
intercambiamos penas, risas, afectos y muchos momentos de complicidad, a solas
y con su familia.
Para mí, no solo era una clienta, era una amiga que recibía en
casa con los brazos abiertos.
A veces la animaba yo, y muchas otras, ella a mí…
Luego he sabido que para ella la Tetería fue durante cuatro años
su “refugio”, uno de los pocos lugares donde se sentía bien, donde reencontrarse consigo misma.
Allí hallaba la calma que le faltaba y la fuerza para volver a
recuperar la ilusión que necesitamos para continuar adelante con todas las
batallas diarias.
Esa ilusión que a veces perdemos sin entender por qué, llegando
a que nada ni nadie nos importe.
El único lugar donde comió algo durante semanas.
Aquel rincón que le hacía sentir mejor porque sabía que al día
siguiente pensaría en él para salir de casa…. y además donde encontrarse
conmigo para hablar.
Mis lágrimas al tener que cerrar la tetería fueron muchas, pero
mi satisfacción por haber hecho que alguien pueda sentirse así en mi casa no
tiene precio, vale mucho más que todo
ese llanto.
GRACIAS Bea, por entender y sentir la esencia de lo que quiso
ser la tetería.
Gracias por transmitir con tanta claridad y sinceridad tus
sentimientos y sobre todo, por seguir estando conmigo, AMIGA, y formar parte de ese capítulo de mi vida.